Homónimo de mi papá, Carlos González Martínez estrena blog como parte del paquete multimedia que también estrena Cambio de Michoacán, con el título quijotesco (cual corresponde) de Ciudadano Andante
Carlos ha sido entre otras cosas Consultor experto nacional del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo y dignamente renunció a su cargo en la Dirección Ejecutiva de Capacitación Electoral y Educación Cívica del IFE a finales del 2005.
Su labor se enfoca en la promoción de toda forma de participación ciudadana y dar credibilidad a eso que llaman democracia, en relación ciudadanía-instituciones.
Colabora en Cambio con una columna que apropiadamente se llama Dormingo. Les comparto la de hoy:
El Cuerpo despreciado:Carlos ha sido entre otras cosas Consultor experto nacional del Programa de Naciones Unidas para el desarrollo y dignamente renunció a su cargo en la Dirección Ejecutiva de Capacitación Electoral y Educación Cívica del IFE a finales del 2005.
Su labor se enfoca en la promoción de toda forma de participación ciudadana y dar credibilidad a eso que llaman democracia, en relación ciudadanía-instituciones.
Colabora en Cambio con una columna que apropiadamente se llama Dormingo. Les comparto la de hoy:
Es nuestra condición mortal la que nos lleva a contemplar lo fugaz como a un precipicio seductor. Como tenemos la genética convicción de que tarde o temprano vamos a morir, nos arrimamos a ese precipicio con el vértigo de quien disfruta con enfermizo placer el asomarse al vacío de sabernos frágiles y expuestos al fin desde el principio de nuestros días, desde que somos arrojados a este mundo hostil desde el vientre protector. Bien sabemos o bien intuimos que estamos aquí un rato y que lo estamos pendiendo de un hilo, el hilo de nuestra condición fugaz. Un virus, un colapso, un tropezón puede acabar con nuestra vida que deseamos infinita, pero vivimos finita. Por eso, vulgarmente preferimos el disfrute de lo inmediato que al fino aquilatamiento de lo decantado. De allí que sea nuestra vocación de placer lo que instintivamente nos lleve al disfrute momentáneo, aunque en ello nos vaya, literalmente, la vida.
De allí también que tengamos siempre impuesta la tentación de disfrutar de las cosas inmediatas, sin detenernos en su sustancia irreductible o en las consecuencias de sus efluvios placenteros. Por ello mismo solemos despreciar a una buena parte de nuestro cuerpo, recinto carnal y temporal del alma perenne, porque vamos en pos de lo que nos causa placer y no necesariamente de lo que nos alimenta. Despreciamos buena parte del cuerpo por sobrevalorar a una escasa parte de él. Sólo un componente corpóreo es más significativo que la boca para ilustrar esta condición del cuerpo sobrevalorado y el cuerpo despreciado. Cuando nos alimentamos, sólo nos detenemos en las gratas sensaciones que nos irradia el gusto combinado con el olfato al engullir alimento o bebida. Entonces buscamos y sobrevaloramos el disfrute del condimento y sus sabores y olores. No importa que un picante extremo nos destroce la flora intestinal o nos ulcere el aparato digestivo, lo importante es que nos sepa en la boca y se nos sublime por entre las papilas gustativas. No importa tampoco que el pan y la sal nos vayan directamente a engordar la sangre con grasas polisaturadas. Lo que importa -en ese momento-, es que nos cause furor momentáneo en la boca y órganos que le acompañan. Y si de bebidas se trata, no importa que nos embriaguen hasta -literalmente y con perdón por la expresión- el vómito y la inconciencia, si es que logra producirnos el adormilado o exultante placer de sentirse etílicamente intoxicado. Total, después de dormir siempre habrá un despertar reparador. Y ya no digamos del tabaco y su invasión bucal, con sus estragos sanguíneos, epidérmicos y pulmonares. En nuestra anatomía hay una parte del cuerpo despreciado. La que no importa a la hora de buscar placer momentáneo. La que después cobra sus cuentas tras el chocolate espeso y nos acaba por recordar nuestra mortal condición y que, si nos hemos de asomar al precipicio seductor del aquí y ahora sin mañana, un día nos vamos a caer.
De allí también que tengamos siempre impuesta la tentación de disfrutar de las cosas inmediatas, sin detenernos en su sustancia irreductible o en las consecuencias de sus efluvios placenteros. Por ello mismo solemos despreciar a una buena parte de nuestro cuerpo, recinto carnal y temporal del alma perenne, porque vamos en pos de lo que nos causa placer y no necesariamente de lo que nos alimenta. Despreciamos buena parte del cuerpo por sobrevalorar a una escasa parte de él. Sólo un componente corpóreo es más significativo que la boca para ilustrar esta condición del cuerpo sobrevalorado y el cuerpo despreciado. Cuando nos alimentamos, sólo nos detenemos en las gratas sensaciones que nos irradia el gusto combinado con el olfato al engullir alimento o bebida. Entonces buscamos y sobrevaloramos el disfrute del condimento y sus sabores y olores. No importa que un picante extremo nos destroce la flora intestinal o nos ulcere el aparato digestivo, lo importante es que nos sepa en la boca y se nos sublime por entre las papilas gustativas. No importa tampoco que el pan y la sal nos vayan directamente a engordar la sangre con grasas polisaturadas. Lo que importa -en ese momento-, es que nos cause furor momentáneo en la boca y órganos que le acompañan. Y si de bebidas se trata, no importa que nos embriaguen hasta -literalmente y con perdón por la expresión- el vómito y la inconciencia, si es que logra producirnos el adormilado o exultante placer de sentirse etílicamente intoxicado. Total, después de dormir siempre habrá un despertar reparador. Y ya no digamos del tabaco y su invasión bucal, con sus estragos sanguíneos, epidérmicos y pulmonares. En nuestra anatomía hay una parte del cuerpo despreciado. La que no importa a la hora de buscar placer momentáneo. La que después cobra sus cuentas tras el chocolate espeso y nos acaba por recordar nuestra mortal condición y que, si nos hemos de asomar al precipicio seductor del aquí y ahora sin mañana, un día nos vamos a caer.
quiero aclarar: Cambio de Michoacán fue el diario en el que comencé a escribir en Morelia, allá por el 93 en que me (re)convertí en periodista, actividad que luego extraño y tal vez por eso mantengo este blog.
Carlos, bienvenido a la blog-oósfera!
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