es seguro que el mayor placer de vivir en A Coruña es visitar al señor mar, que se presenta cada día con humores distintos, a veces está tranquilo y el manto del agua apenas y se eriza con espuma cuando se encuentra con las rocasa veces furioso como si quisiera dar su palabra a esos que están por reunirse en Dinamarca. A veces solo su presencia poderosa habla con determinación. Me voy a la punta del rompeolas y me dejo llevar por su imparable movimiento, la espuma blanquísima como la que añoraba la negrita Cucurumbé (o eso creía Cricri), que salpica hasta arriba, en la salvaguardada estructura. Lo escucho, Olokun. Y ganas me dan de irme con él a sus profundidades. No lo haré.
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