Este texto fue escrito por Carmen Ordóñez, quien fue a ver la obra el vienes 17. Me encanta haber participado en algo que provoca tales reacciones. Valió la literal pena de aprenderse de memoria (tan debilucha ella), los textos. Y hablo por casi todas (Alicia se los aprendió de volada).
La foto, tomada por Francesca Mereu, me presenta en mi primera escena, una yo de niña escuchando las perversas voces de una noche que mejor no exista).
El bosque de Birnam avanza sobre Dunsinane
EL RUIDO Y LA FURIA. Compañía Teatro de Acción Violenta.
Sala Triángulo. Días 16 y 17 de Febrero de 2012.
Hay obras de teatro que no te dejan conciliar el sueño. Cuando esto ocurre, hemos de levantarnos y exorcizar el desasosiego poniendo por escrito las claves de la obsesión que nos ha invadido o perfilando al menos las huellas que nos ha dejado en la piel y en la conciencia.
Siete mujeres sobre la escena invocando a la revuelta; de forma sutil pero descarnada, invitando a los espectadores -como los dioses fueron invitados al banquete de Licaón- a presenciar y compartir su particular ritual para convocar a la acción violenta. Siete brujas que muestran todo el poderío de la experiencia adquirida y que sólo mujeres como ellas, con su rotunda madurez, podrían hacer creíble; la condición femenina vivida desde una generación concreta y a una edad concreta: la hermosura del cuerpo y el alma humanos fuera de los cánones establecidos.
No tienen nada que perder salvo la dignidad, y es lo único a lo que no están dispuestas a renunciar estas viejas locas residentes en la comuna (-No somos hippies. -Yo sí.) del chiringuito donde se exhiben -y se devoran- las cabezas y miembros descuartizados de sus víctimas nada inocentes; donde ellas mismas se exhiben y se devoran (los nihilistas se comen a los budistas) en una ceremonia sacrificial que incluye el canibalismo. El pueblo soberano inmolando, como debe ser, al rey sagrado para regar la tierra con su sangre. Es el teatro de tiempos arcaicos, teatro en estado puro, el de esta compañía de Acción Violenta.
Las hechiceras de Macbeth -Shakespeare sobrevuela la escena con frecuencia- en un soberbio aquelarre de ruido, locura y furia; de pura y simple insumisión. Unas veces a gritos y otras en susurros, van elaborando el guiso; interpretando las cartas del destino o fumando yerba mientras hacen labores de punto y la sopa, la pócima, hierve al amor de la lumbre.
Todos beberemos de ese caldo, nos entonaremos el cuerpo y el alma más allá de los límites de lo permisible, más allá del bien y del mal. Es teatro, no para despertar, sino para sacudir y zarandear las conciencias ya despiertas. Es un paso más en el avance del bosque de Birnam hacia el castillo de Dunsinane.
El ejemplo de estas mujeres, siete vecinas del madrileño barrio de Lavapiés sobre un pequeño escenario, nos obligará a no amodorrarnos nunca, a mantenernos incómodos en la vida cotidiana y a poner en práctica la insumisión permanente.
NOTAS FUERA DE CONTEXTO:
El espectáculo sólo se representó dos días. El precio de la entrada era de 6 euros.
Una vez agotadas las localidades, la Sala Triángulo permitió el acceso a aquellos espectadores que quedaban fuera, con lo que el público que excedía el aforo se fue acoplando en el suelo y en las escaleras.
Defienden el texto Ahimsa, Mercy Bustos, Teresa García de la Hera, Sheila Hayworth, Alicia Manso, Elizabeth Ross y Teresa Sarmiento Aranda. No son actrices profesionales, sino vecinas del barrio de Lavapiés, de diferente procedencia étnica y social (bunga bunga, nota de la R).
El autor del texto y director es Javier Montero. Es director de escena, artista visual, escritor, performer y profesor universitario. Dirige el programa La oveja negra en Radio Círculo
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