martes, diciembre 02, 2008

enriqueta ochoa: poeta


La eternidad mece, ondula,
abre de par en par su túnica de viento;
en el espacio de su seno esplende
una constelación de luz acumulada.
El Padre la detiene. Un instante
mete su mano turbulenta hasta la entraña
y la abre sobre la piel del mundo.
Un alud de semillas caen, parpadeando.
Se fecunda la tierra. Cada segundo se fecunda.
El hombre entra a la prisión de su cuerpo
doblada la cerviz
y vuelve a tirar de sí, uncido al yugo de la vida,
hasta que aspira el Padre
y volvemos al seno de la Madre.


La poeta coahuilense Enriqueta Ochoa falleció la tarde del lunes en su casa de la ciudad de México a los 80 años de edad, tras sufrir una trombosis intestinal. Sus restos serán velados en la funeraria Gayosso de Félix Cuevas el martes 2 de diciembre.

Enriqueta Ochoa, madre de otra poeta, Marianne Toussaint, deja un libro en puerta, Diccionario de imágenes poéticas de la poesía mexicana del siglo XX, una recopilación de la forma en que 19 poetas mexicanos han abordado temáticas en común. Dicho volumen queda en tránsito de publicarse, en manos de Felipe Garrido, el CONACULTA, la Universidad Veracruzana y el Instituto de Cultura del Estado de Coahuila.

La intimidad del misterio

De estilo íntimo y diáfano, la poesía de Enriqueta Ochoa (Torreón, Coahuila, 1928) explora la religiosidad, el misticismo y los arrebatos humanos que nacen de los impulsos que inspiran el encuentro con mundos desconocidos, como el del sueño y la muerte.

Amena en su charla y elegante en su hablar y vestir, Enriqueta Ochoa fue maestra de diversas instituciones y formadora de poetas. Comenzó a versificar a los 9 años. Maestra normalista en el norte del país, publicó sus primeros versos en la revista Fuensanta de Jesús Arellano. Al poco tiempo, comenzó a colaborar en Ariel de Emmanuel Carballo. Fue a través de éste que tuvo su primer contacto con los poetas capitalinos Jaime Sabines, Rosario Castellanos y Dolores Castro, con quienes sostuvo un prolongado intercambio de cartas en que comentaban mutuamente sus poesías.

Publicó su primer libro en 1950, bajo el título Las urgencias de un dios. Casi 20 años después, publicaría Los himnos del ciego (1968) y el poema Las vírgenes terrestres (1970), donde reflexiona acerca de los problemas vitales desde su perspectiva femenina.

Poco antes de que Enriqueta Ochoa cumpliera 50 años, sucedió en su vida lo que ella llamaba “una avalancha de muerte”: al repentino fallecimiento de su padre, le siguió el de su madre; ese fue el motivo por el que su hermana se suicidaría. Su hermano moriría poco después a causa de una enfermedad relacionada al alcoholismo en que se sumergió ante esos acontecimientos.

Ese es el impulso inicial de Retorno de Electra (1978), uno de los libros más significativos de Enriqueta Ochoa; un poema escrito en un intenso momento de arrebato en que el dolor concentrado durante años fue expulsado: “ese poema no quería salir”, explicaba Enriqueta Ochoa, “estaba ahí hecho dolor. Hecho nudo.”

En ese poema, Enriqueta Ochoa escribe: Para volverte a hablar / tuve que llenarme de aire / los pulmones. / Y cuidar que no se me encogieran las palabras, / el corazón, los ojos, / porque aún se me deshacen de agua / si te nombro.

Tiempo después, ella misma caería gravemente enferma. Ese encuentro cercano con su propia muerte quedaría registrado en Bajo el oro pequeño de los trigos (1984); una reflexión acerca de la llama vital, del relámpago de este sueño que somos, que se inserta en la mejor tradición de la poesía hecha por ascetas que buscan aprehender las sensaciones de arrebato y revelación.

Otros de sus poemas son Cartas para el hermano (1973) y Canción de Moisés (1984). Tanto la UNAM como la Universidad de Guadalajara tienen antologías dedicadas a la poesía de Enriqueta Ochoa que sirven como material de lectura a los profesores en las cátedras de literatura.

En 2004, Enriqueta Ochoa publicó el libro de prosa poética Asaltos a la memoria (2004), dedicado a sus nietas, donde recupera las anécdotas de sus antepasados y su transcurrir por distintas geografías, desde París a Torréon, Aguascalientes y Guadalajara. Ese mismo año se publicó el libro Que me bautice el viento, Enriqueta Ochoa para niños, que conjunta versos inspirados en el paisaje desértico que le vio nacer.

Su último libro es Poesía reunida, una antología publicada por el Fondo de Cultura Económica este año, al que se añadió el último de los poemas que dio a conocer, Los días delirantes.

Enriqueta Ochoa fue profesora en la UNAM, la SOGEM, la Universidad Veracruzana, la Universidad Autónoma del Estado de México y la Escuela Normal Superior del Estado de México. Como reconocimiento a su labor de maestra y poeta, recibió en 1979 la Paca de Oro como Hija Predilecta de Coahuila. Recientemente, en mayo del 2008, recibió la Medalla de Oro Bellas Artes.

Desde 1994, el CONACULTA, en conjunto con el Ayuntamiento de Torreón y el Instituto de Cultura de Coahuila, realizan el Certamen Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa.

En una de sus últimas entrevistas, concedida a Adriana del Moral, al ser cuestionada sobre lo que le faltaba por lograr, la poeta respondía: “Pues nada, estar tranquila, ayudar a mis nietas y a mi hija. Tener salud para dedicarme a ellas.”

En esa misma conversación, la poeta da cuenta de lo que significó para ella su labor poética: “Una vez leí un libro en que había un pozo del misterio a donde sólo podían entrar dos seres: el poeta y el místico. Al igual que el místico, el poeta se echa un clavado ahí; ambos encuentran tesoros maravillosos en el fondo del misterio. El poeta los saca y los transforma en palabras, sin darse cuenta; el místico los saca y los transforma en oraciones… La poesía nace con uno; como producto de algo que es un misterio: no podemos saber de dónde viene, pero a veces, se nos abre...”

No hay comentarios.: