No es de extrañar que me llamen la atención los zapatos, si por un par mi vida cambió y me convertí en pieza restaurada y con defectos colaterales. Y no puedo evitar seguir asombrándome al encontrar que los zapatos asesinos de la Westwood siguen replicándose.
Burlándose de sí mismos.
Burlándose de sí mismos.
en múltiples versiones, a veces muy apropiadas para las circunstancias como las que se acaban de vivir en Madrid la semana pasada, que incluyó perdón celestial a quienes hubieran abortado y confesádose con los curas apropiados en el parque del Retiro (donde se instalaron 400 confesionarios 400 a pie de plaza por si entre el calor y los apretujones de la gente se te ocurría confesar lo que hiciste anoche y el verano pasado)
Hace unos momentos, buceaba entre la colección de fotos de cierto personaje de la vida culturosa mexicana que lleva el Ross como apellido y no es de mi familia. De ahí fue que extraje estas imágenes para continuar con el hilo, o el cordón zapatero, o la agujeta que me lleva, claro,
a burlarme de mi misma
no sin dejar de reconocer la inventiva zapateril de quienes diseñan y confeccionan estas curiosas prendas que, por supuesto, si me vuelvo a poner será para una foto y sin levantarme de la silla.
(me encantan estos zapatos-resortera, listos para usarse en caso de bronca con la pareja o para correr un minino maullón)
que tal vez sea también la herramienta principal de estos zapatos acuáticos
para sirenas de dos patas
y de nuevo...de nuevo!!!! hélos aquí convertidos en joyas del gusto más hortera (léase naco).
Si me cae que Vivianne Westwood debiera de pagarme por hacerle tanta publicidad a sus ya clásicos zapatos-basura.
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