de vivir aún, el maestro Zalce cumpliría 100 años el pasado 12 de enero. Casi los cumplió, llegó a 95. Vivió una vida plena como artista y muy conflictuada como padre y pareja. De esos grandes que dan tanto que no les alcanza para los suyos, para su gente. He conocido a varios.
Pero como yo era ajena, tuve una buena relación con él. Atípica para estos lares. No pertenecí a su séquito. No fui su alumna, fui su colega y amiga. Escribí sobre él y su arte varias veces y las entrevistas eran una delicia. Me regaló, entre otras cosas, la portada y portadilla de mi libro Vientos (abajo con la dedicatoria cuando al fin se publicó). Me entendía y le gustaba todo el trabajo que hacía. Yo le regalé dos esculturas que a saber en dónde se encuentren ahora.
El maestro murió y todo lo que giraba a su alrededor se alborotó. Puede por ejemplo encontrarte por ahí orgullosas historias de obra suya regalada al vaticano por el entonces presidente Zedillo, cosa que se hizo sin su consentimiento y que le daba verdadero coraje, ya que siempe fue anticúpulas de cualquier clase, y especialmente anti-iglesia. Nunca aceptó homenajes, pero se los hacían de todas formas. Decía "yo lo único que quiero es aprender a pintar". Y cuando casi al final de su vida -un año antes de su muerte- aceptó el premio nacional de arte, ya lo había declinado dos veces.
Un día me dijo: "Cuando trabajo busco que me emocione lo que hago, y si no sucede, ni lo termino ni lo firmo y lo pinto otra vez. No tengo otra regla para saber si lo que hago está bien o no sirve. La pintura es poesía. Si no la hay, no es nada. No hay arte sin poesía". (Publicado en el número 16 de la revista Periódico de Poesía, UNAM, INBA, 1996)
Agradezco el cachito de Alfredo Zalce que me tocó compartir.
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